Por qué la cocina es algo más

Comenzamos con este post  la colaboración del abajo firmante. Gran amigo de La Papila y, por otra parte, excelente cocinero.

El alquimista manipulaba aquel extraño engendro de la naturaleza con sumo cuidado. 
Los Reyes católicos habían dispuesto de una pequeña cantidad del extraño bulbo recién traído de las Indias para ponerlo a disposición de aquel anciano sabio.
Los judíos ya estaban desapareciendo de todo el territorio y sin embargo el antiguo conocimiento de Cábala y Alquimia perduraría para siempre entre los iniciados. 

Tomó una afilada cuchilla, separó la piel del fruto con sumo cuidado y la retiró aparte. Más tarde, probablemente, se le ocurriría darle algún uso a aquella membrana. Seccionó delicadamente el fruto en unas pulcras rodajas, a fin de facilitar el ablandamiento y aprovechar la porosa textura del aquel extraño hijo de la naturaleza.
El crisol estaba a la temperatura correcta. Esta vez no cometería el mismo error, pues la última vez el interesante producto no arrojó la cantidad de agua suficiente y se quemó completamente en poco tiempo. En esta ocasión el alquimista dispuso bajo las rodajas del nuevo producto unas finas tiras de cebolla, pues estas otorgarían a la mezcla el agua necesaria y a buen seguro que podrían ablandar la crujiente textura de las rodajas hasta el límite.
Mientras calculaba el tiempo y vigilaba la temperatura mentalmente tomó en sus manos cuatro huevos frescos de aquella mañana. El mejor método para aglutinar toda la mezcla pensó que podrían ser unos huevos bien revueltos y un chorrito de la nata de la leche de la mañana. La mezcla estaba preparada, tomó el bullente revoltijo del crisol, le añadió la nata y los huevos bien batidos y lo volvió a introducir en el horno.
El plan era tenerlo un minuto y sacarlo inmediatamente para poder mezclar todo el mejunje con unas gotas de mercurio y de agua frigia a la espera de la posible transmutación alquímica.
El chambelán llamó a la puerta.
-“Te he dicho mil veces que no me molestes cuando estoy en mi laboratorio, Santiago”.
-“Lo siento mucho señor, recibí órdenes de traerle este paquete inmediatamente”.
Santiago se retiró mientras el viejo alquimista desenvolvía el bulto esperando ver su nueva adquisición de piedras volcánicas traídas desde Italia.
-“ ¡ Por Dios, el crisol !”
El  viejo corrió hacia su horno desesperado. Sacó inmediatamente la mezcla del mismo y rompió a llorar. Se había pasado de tiempo. Los últimos bulbos que le quedaban se habían desperdiciado. Toda la tarde anduvo paseando. Cabizbajo y triste por la pérdida. Cuando volvió al laboratorio ya por la noche un suave y delicado aroma envolvía toda la estancia. Provenía de la masa informe que se había pasado de tiempo en el crisol.
La tocó y notó cierta esponjosidad. Se interesó por ello. Lo investigaría más tarde. Decidió probar un pequeño pellizco de su experimento a fin de dilucidar en qué se habría trasmutado exactamente.
Al catarlo pensó que era, sin duda, lo más delicioso que había probado en su vida.
Barajó varios nombres para aquella composición como fueron por ejemplo “Huevo indio crisalizado”, “Búlbica albuminizada” o “Tortilla de patatas”
Joan Rosell. Propietario y cocinero en La Encantaria
laencantaria@gmail.com
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  1. grande joan! es bonito recordar aquellas historias que nos hacen pensar en la magia y lo complejo de esos fenomenos que ocurren dia a dia en nuestra cocina y a los que no prestamos ninguna atencion. Hasta pronto!

  2. Muy bella historia Joan. Eres tan artista con las letras como con los pucheros. Sigue siendo un crack y tan encantadora persona.

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